Me han propuesto que cuente mi experiencia personal de trabajar en casa y ejercer de madre a la vez y a tiempo completo, con una peque de dos años y medio a la que cuidar y entretener.
Afortunadamente, no tuvimos problema, porque nos facilitaron el equipo necesario y nos dieron todas las facilidades para desempeñar nuestro trabajo en casa, y allí que nos fuimos. La urgencia sanitaria hizo que el margen de reacción y maniobra fuese poco, pero las ganas de estar a la altura y de seguir cerca de “los nuestros” -compañeros y clientes- quedaban por encima de las circunstancias.
Hasta ahí la parte “fácil”. Ahora tocaba aprender a trabajar desde casa, adaptarnos a nuevas maneras de mantener reuniones, conversaciones y, sobre todo, buscar la manera de que nuestros clientes nos sintieran cerca y demostrar que seguíamos ahí.
En cuanto a las relaciones con los compañeros, reuniones y demás, conseguimos organizarnos rápidamente con e-mails, chats y videollamadas. De hecho, puedo decir que he hablado más con muchos de mis compañeros desde casa que cuando estábamos en la oficina. Creo que la necesidad de sentir proximidad ha hecho que sea fácil y que estemos a una.
¿Y si llora mientras hablo con clientes?
Lo más difícil en esta situación es conciliar el trabajo con los niños. En mi casa estamos mi hija y yo y, como formo parte del departamento de Banca Personal, mi trato con los clientes es directo. Es complicado explicarle a una niña de dos años que “mamá está trabajando y que no puede jugar al escondite o darle el biberón al nenuco”.
Las primeras llamadas a clientes las hacía con temor, pensando: ¿y si la niña se pone a llorar? ¿Y si de repente me pide agua o quiere que la coja? ¿Y si decide que es el momento de coger la escobilla del váter y salir corriendo por toda la casa? ¿Qué hago si…? Por eso, decidí que intentaría llamar a clientes cuando la niña estuviera dormida, para intentar evitar estas situaciones. No funcionó. A la hora de la siesta no cogemos el teléfono, es una verdad universal.
Con mayor o menor dificultad y haciendo malabares conseguí no tener interrupciones de mi Pequeña Terremoto y trabajar casi con normalidad. Hasta que en una llamada con una clienta mi hija empezó a gritar y a llorar en demanda de atención. Me quedé callada, sin saber cómo reaccionar, consciente de que la otra persona lo oía todo.
La clienta al otro lado del teléfono me preguntó si estaba en casa con mi hija y le dije que sí, que lo sentía por el escándalo. Entonces ella me dijo que no pidiera disculpas, que tenía suerte de poder cuidar de ella y me agradeció el servicio que le había dado y el hecho de haberme puesto en contacto con ella.
Gracias a esa conversación entendí que todos somos personas con nuestras circunstancias y que, mientras pensemos en el otro y en el conjunto, las cosas saldrán. Después de esa llamada, ha habido más ocasiones en las que mi niña ha decidido hacer acto de presencia, pero mi actitud ya es otra: es lo que nos ha tocado vivir y estamos juntos en esto, compañeros, clientes y familia.
A día de hoy, tras dos meses largos de trabajo en casa, puedo decir que mi hija sigue sin entender que mami tiene que trabajar o que el ratón no es un juguete, pero hemos demostrado que se puede y que somos capaces de adaptarnos a las circunstancias más adversas y salir reforzados.
Confío en que pronto todo esto pase y volvamos a una cierta normalidad pero, mientras tanto, yo disfruto del regalo de estar con mi hija y de haber aprendido a estar cerca estando lejos.
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