Ya que vamos a ir juntos en este viaje de 2.000 kilómetros en tren, me presento.
Me crié en un barrio obrero en las cercanías de Barcelona, pero vivo en Münster (Alemania), donde empieza este trayecto. Me dedico a explicar qué es la banca ética y voy camino de Madrid, hacia las oficinas centrales de Triodos Bank en España.
Para que sepas un poco mejor con que clase de persona viajas, debería contarte también que desde la adolescencia me atrae la idea de pasar por esta vida sin haberme comprado un coche. Es un pequeño detalle que me enorgullece, me hace feliz. En 2019 y con 37 años, por fin, empieza a bajar la presión social para que me convierta en otro rey de la carretera…
Mucho más me cuesta decir no a los aviones. Nadie es perfecto. Los necesito y -lo confieso- no me imagino la vida sin viajar cerca y lejos, sin descubrir. Menos mal que, si nos da la gana (has leído bien), pronto tampoco necesitaremos esas fábricas de contaminación flotantes para movernos por Europa. Déjame contarte por qué durante este viaje por nuestro continente.
1) Salida de Münster
Tengo un sueño: no madrugar para contaminar menos
Son las 5:55 de la mañana, llueve, y me subo al tren en la capital de Westfalia, lindando con Holanda. El sueño terco que me ralentiza las ideas refuerza mi otro sueño: ¿cuándo dejará de hacer falta madrugar para ser ecologista? En esta ciudad de 300.000 habitantes, el 39% de los desplazamientos los hacemos en bici… pero eso no me sirve de nada hoy.
Si todo va bien llegaré a Madrid a medianoche, después de 18 horas de viaje, cinco trenes y un bucle poético o infernal por Colonia, París, Bruselas y Barcelona. Ya: ¿por qué me complico la vida así cuando podría acercarme en una hora y media al aeropuerto de Düsseldorf, volar en dos más a Madrid y plantarme allí antes de mediodía por menos de la mitad de dinero?
En función de tu edad, quizá te preguntes también otra cosa. ¿Por qué buena parte de esta generación es así de caprichosa? Mis padres siempre han trabajado en la ciudad donde viven o cerca. En cambio, yo, y tantos como yo, tenemos otro tipo de vida y no siempre por fuerza. Somos casi 2 millones de europeos viviendo en otro país y que, de vez en cuando, volvemos al nido. Ni que decir lo que contaminamos con los aviones (133 gramos por pasajero y kilómetro, frente a 6 gramos un tren de alta velocidad).
Pero no somos tan malos: de rebote, mientras vivimos, también construimos puentes entre personas. Entre países que hace cuatro días se masacraban regularmente.
2) Parada en Colonia
En el país a la vez más y menos ecologista del mundo
Al Sur de Münster y antes de salir de Alemania, tengo que cambiar de tren en Colonia, donde me recibe su catedral y también me esperan:
– Uno de los templos internacionales del transporte público, su estación central (280.000 personas pasan por aquí cada día).
– Dos paneles publicitarios en los andenes (la presión social):
- “Sigue tus reglas”, incita una marca alemana de automóviles de alta gama, egoísmo en guante de seda.
- Y Own the city (“La ciudad es tuya”) corea sin rodeos nuestra marca española de coches de siempre, de propiedad alemana.
Es un recordatorio de que me estoy marchando del país líder mundial en movilidad sostenible e insostenible.
Una Alemania emocionante para quienes creemos en esto, pionera en debatir políticamente la necesidad de prohibir los vuelos internos cuando hay alternativa ferroviaria (mayoría a favor, según una encuesta con 70.000 votos en Der Spiegel). Un lugar en el que la semana pasada una manifestación de miles de ciudadanos pedía que se dejen de vender todoterrenos en plena crisis climática… a las puertas del Salón del Automóvil de Frankfurt. Todo un símbolo, por otro lado, de esa tecnología alemana que se pinta de verde tras años manipulando sus emisiones de CO2 para vender sus máquinas devoradoras de recursos y espacio, ahora eléctricas, en el país por autonomasia de las autopistas.
¿Necesitamos maquillaje o un cambio real?
3) Llegando a París
Trenes transeuropeos nocturnos
Ya son las 11:30 de la mañana, por el camino se ha quedado la silueta del Atomium de Bruselas y me acerco a París. Avanzar, avanzo; pero al coste de ocupar mi lunes completo. Escribo este artículo para el blog, pero después de una llamada con más ruidos extraños que voz de un compañero, asumo completamente que este no es un día de trabajo normal.
Si la valiente Greta Thunberg fue el primer impulso que me motivó, otra cosa me convenció para emprender este viaje: la campaña creciente, aún poco conocida, por los trenes nocturnos transeuropeos de alta velocidad. Por la noche y con una red verdaderamente continental que reduzca transbordos, no dudaría en viajar de Alemania a España siempre así. Sería distinto a este trayecto simbólico que, a mi pesar, desharé de aquí a una semana en un vuelo de bajo coste.
Según un estudio de la Unión Internacional del Ferrocarril, a alta velocidad, en una noche (12 horas) sería posible recorrer la distancia que estoy haciendo, de 2.000 kilómetros. O ir prácticamente a cualquier destino europeo acostándose en una ciudad y levantándose en otra.
Cómo descansarían mi cuerpo y conciencia en uno de esos trenes. Sin hablar de cómo mejoraría la vida de mis hijos, si es que los tengo, reduciendo drásticamente el número de aviones.
Hay que organizarse, nada más y nada menos. Una compañía austríaca ya está aumentando con éxito de público su número de trenes nocturnos para irse a dormir en el Norte de Alemania y levantarse en Viena. Hola, viaje al centro de la ciudad llevando tu equipaje sin estrés. Adiós, desplazamientos extraños a pistas de aeropuerto y parkings escondidos en otra dimensión.
4) Hacia Barcelona
¿De verdad debes avergonzarte por volar?
Por fin bajo en París y cojo un RER (cercanías) para llegar a la estación donde encontraré mi tren a Barcelona.
Murales en la Estación del Norte recuerdan que fue en esta ciudad donde en 2015 pasó algo casi increíble: 200 países se pusieron de acuerdo en firmar el Acuerdo del Clima. Luego hay que pasar del dicho al hecho. Esta misma ciudad ha visto la ira de los chalecos amarillos, síntoma de nuestra adicción no resuelta a unos combustibles fósiles que aún son demasiado baratos para no salir socialmente muy caros.
Camino por las galerías ferroviarias del antiguo centro global de la Ilustración, hoy en el país europeo donde la ultraderecha saca más votos. Otra comunidad dividida… ¡que levante la mano quien no se contradiga!
La luminosa Estación de Lyon, concierto público de piano incluido, le subiría el ánimo a cualquiera en esta pausa, y entro en el tren a Barcelona casi desbordante de esperanza en la Humanidad. Pero la vida no es de color de rosa. Lo saben y bien los compañeros de lucha de Greta que, por esa razón, empezaron a hablar con toda crudeza de la “vergüenza a volar”. Yo siento culpa por volar y aún así me chirría esa expresión tan poco productiva, no puedo evitarlo.
¿Es que no había alguna otra forma de llamar la atención de gente como yo, periodistas aburridos con las noticias sobre cambio climático, o tú, ocupado/a con tus problemas? Mmmmmmmmm, ahora lo dudo. Gracias a esta base, ahora en Alemania empiezan (solo empiezan) a hablar de “orgullo de ir en tren”, por ejemplo. Algo es algo.
Mi vecina de viaje lleva una novela titulada “Cuándo los leones coman verdura”. Sería para hacerse otras preguntas, pero me da hambre y me retiro al vagón-bar antes del último transbordo.
5) Y Madrid
Científicos que nos enseñan a vivir
Valence, Nimes, Montpellier… el tiempo humano pierde el sentido bordeando la marisma en la que casi flotamos a 300 por hora, con las aves detenidas en el fango antes de Perpignan, y luego Girona.
Es de locos escribir, no mirar el paisaje.
Y entonces, Barcelona.
Me despierta del todo el trasiego de la Estación de Sants. Lo siento, no puedo evitar acordarme de los malos humos, tener un recuerdo para los decisores que no acaban de decidir terminar la unión del tranvía por la Diagonal, quizá porque nunca usan el transporte público. Y pienso en ese Madrid que, misteriosamente, no despliega nunca del todo una verdadera red de carril bici. Pero este no es el tema hoy… ¡ni los patinetes!
Como casi siempre que hago un Barcelona-Madrid, pienso en la persona con la que comparto mi vida. Quizá porque, cuando empecé a trabajar en la banca ética, este AVE me alejó un tiempo de ella, por la causa. Y todo es para decirte, lector/a, que dudo de todo, pero que te puedo asegurar algo: no hay nadie que discuta más que un científico. Sobre todo si está con otro. No paran de rebatir con otro argumento y otro dato más todo lo que se te ocurra, hasta estar muy seguros.
El cambio climático es aquello en lo que, después de discutir hasta la desesperación más profunda, más de acuerdo se han puesto investigadores de todos los campos, de todo el mundo, desde que empezaron a utilizar el método científico, que no es otra cosa que ponerlo todo en cuestión.
De entre las cosas que nos enseñan los investigadores, destacaría esta: son idealistas que mueven montañas en busca de conocimiento, locos que trabajan con los pies en la tierra.
Sin levantarse un palmo de ella, este tren de sueños y, otra vez, de sueño, me acerca definitivamente a Madrid. Mis pies en el suelo quieren avanzar, en acción y en contradicción. ¿Es que existe otra forma de vivir?
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