“Un reconocimiento oficial del Antropoceno nos concentraría ante los desafíos que enfrentamos”, sostuvo un editorial de Nature en 2011. Desde entonces los científicos no han dejado de acumular evidencias sobre un cambio planetario cada vez más acelerado y provocado, fundamentalmente, a partir de la revolución industrial.
Sin embargo, en la era del selfie, ¿no estaremos pecando otra vez de egocentrismo? A modo de crítica con la idea del Antropoceno, “un especialista en estudios ambientales como Mark Sagoff ha llegado a hablar de Narcisoceno”, nos explica Manuel Arias Maldonado, experto en Teoría Política Ambiental y autor de Antropoceno. La política en la era humana.
Para este académico, “el impacto humano agregado sobre el planeta no es opinable, sino un hecho. Si admitimos el cambio climático, su componente humano y que el clima es quizá el sistema planetario más decisivo, está justificado hablar de Antropoceno”. Arias Maldonado, que se considera “muy poco amigo del ecologismo radical, orientado a mitificar el mundo natural, y más realista, porque el ser humano, por su presencia en el planeta, ya es disruptor”, se toma muy en serio la profundidad de la huella humana en el entorno.
“La pregunta que los científicos ponen sobre la mesa es en qué medida el ser humano, a través de sus acciones, aunque hasta ahora sin conciencia de ello, está empujando al planeta hacia un estado irreversible en el que sería inhabitable para las personas”.
Manuel Arias Maldonado
Entre la política y el medio ambiente
¿Un politólogo que escribe sobre una era geológica? “Los politólogos que en los últimos años han salido a la escena pública se dedican a trabajar en ámbitos como los sistemas electorales. Yo trabajo en Teoría Política y, en particular, Teoría Política Medioambiental, sobre las consecuencias políticas de que exista una relación estrecha entre el ser humano y su medio ambiente, el tratamiento moral y político de los animales o cómo puede la democracia garantizar la sostenibilidad medioambiental”, explica Manuel Arias Maldonado. Además de su última obra ¡Antropoceno: la política en la era humana (2018)', este profesor titular de Ciencia Política en la Universidad de Málaga ha sido coautor, entre otras, de 'Ciudadanía y conciencia medioambiental en España' e investigador visitante en las universidades de Berkeley, Múnich, Siena, Oxford y Kele.
Primero hay que despertar
“Una paradoja del Antropoceno es que la misma industrialización que ha generado una gran alteración en el planeta también ha hecho ricas a las sociedades humanas, la esperanza de vida se ha multiplicado, hemos desarrollado los derechos humanos… y aunque esto no ha llegado a todas las sociedades, evidentemente tienen un aspecto muy diferente al de hace 300 años”, matiza Arias Maldonado.
No sin una dosis de cautela, el profesor no descarta la posibilidad de un progreso que evite la autodestrucción: “Lo importante a mi juicio no es tanto ponerse de acuerdo sobre qué hacer, sino generalizar el sentimiento, no solo la convicción racional, de que hay que hacer algo. Hay que canalizar los esfuerzos y los ingenios humanos en la dirección de la sostenibilidad. Ahora mismo, a pesar de la claridad de los pronósticos, no existe suficiente conciencia ciudadana de la necesidad de ocuparnos de este tema”.
Tras la reciente dimisión del ecologista francés Nicolas Hulot, hasta ahora ministro de Transición Ecológica de Francia, autojustificada por su impotencia para materializar el cambio que deseaba, Arias Maldonado se plantea “si algo así tendrá impacto en la opinión pública porque, seguramente, si lo tuviera, Macron se vería obligado a rectificar”.
Condiciones para un cambio positivo
“No puedes prometer a los ciudadanos un futuro peor que su presente, porque eso es imposible de vender políticamente”, afirma el profesor de la Universidad de Málaga, para quien “tanto en sociedades democráticas como en no democráticas, como China, o autoritarias, como Rusia, hay que persuadir a las clases medias de la necesidad del cambio”.
¿Quién puede hacer más? ¿Políticos, empresas, consumidores? “Si bien el impacto que puede tener un impuesto global al carbón es mucho mayor al de todas las iniciativas de Responsabilidad Social Corporativa y similares, es posible que la legitimidad necesaria para tal medida no se recabe sin un fermento empresarial y cívico que empuje hacia esa dirección”. Además, más allá de los avances en lo institucional, “las sociedades tienen dinámicas autónomas como el cambio tecnológico… no se pregunta en referéndum si queremos el teléfono móvil, sino que llega”.
Respecto al papel de la ciudadanía, “el deseo de cambio de muchos ciudadanos puede encontrar reflejo en determinadas empresas u organizaciones”, afirma. En este sentido, “en Alemania en 30 años ha pasado del 0,6% al 10% el número de vegetarianos, hay que entender que por razones éticas, y eso genera a su vez un mercado”, explica.
La ética y la sostenibilidad son, para el académico, dos caminos distintos y que no necesariamente se cruzan: “Hay dos dimensiones: la de la supervivencia humana y la de la reorganización de nuestras relaciones con el mundo no humano. Por ejemplo, los seres humanos sacrificamos anualmente 56.000 millones de animales, sin contar los peces, para nuestro consumo y esto generaría dos preguntas. Primero: ¿es eso sostenible? Si la respuesta es que sí, o bien que podemos organizarlo para que sea sostenible, podemos hacernos una segunda pregunta: ¿es moralmente correcto?”
En este caso, puede haber conexión entre ambos aspectos, por las emisiones de efecto invernadero asociadas a un consumo de carne elevado y la preocupación respecto al bienestar animal.
La importancia de la libertad
En caso de colapso ambiental, en una situación de emergencia, “previsiblemente los ciudadanos no van a pedir más democracia, sino soluciones, que incluso pueden erosionarla, porque siempre que hay estados de excepción la primera víctima es la democracia”, afirma Arias Maldonado.
Igualmente, “la lucha por el poder consume a los partidos, en los que al final la estrategia para ganar las elecciones es más importante que cualquier otra cosa y esto hace que los procedimientos democráticos no necesariamente conduzcan a una sostenibilidad… pero, al mismo tiempo, nunca ha habido más y mejor legislación medioambiental ni, por ejemplo, mayor número de ciudadanos preocupados por cuestiones como el trato a los animales”.
Para Arias Maldonado, no cabe duda de que “no estamos avanzando a la velocidad requerida”, pero también que “la democracia hace posible un espacio valioso para la experimentación con las formas de vivir y de percibir el mundo, para la libertad de expresar representaciones de la realidad que desafían los códigos dominantes”.
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