“La generación de residuos eléctricos y electrónicos es el único flujo que ha aumentado durante la crisis económica, como también lo ha hecho el consumo de recursos naturales relacionados con la producción de aparatos de este tipo”. Alodia Pérez, la responsable del área de Recursos Naturales y Residuos de Amigos de la Tierra, lanza esta reflexión. La obsolescencia programada ha contribuido a la la situación a la que se refiere, apoyada por su hermana pequeña, la obsolescencia percibida.
En esta cuestión, como en tantas otras, la sociedad tiene la última palabra. Existen múltiples iniciativas para enfrentarse a una realidad que maximiza algunos beneficios empresariales mientras merma recursos naturales y afecta a la calidad de vida de comunidades enteras.
Escapar de los dictados de la obsolescencia es posible y se nos proponen varias vías diferentes para hacerlo. Explicamos algunas en tres pasos.
1. Conocer: ¿qué es la obsolescencia programada?
El primer paso para luchar contra la obsolescencia programada es saber qué es. En este caso, disponer de una visión general sobre su significado, origen, evolución y consecuencias resulta bastante sencillo gracias al acertado documental Comprar, tirar, comprar.
Esta coproducción franco-española, dirigida por Cosima Dannoritzer, ofrece un recorrido muy amplio sobre la obsolescencia programada que parte de un hecho conocido por la mayoría: una impresora deja de funcionar y, al intentar arreglarla, el usuario recibe siempre el mismo consejo, es mejor e incluso más barato el comprar una nueva que reparar el aparato averiado.
En apenas una hora, Comprar, tirar, comprar explica cómo los fabricantes de bombillas se unieron en 1924 para rebajar el tiempo de vida de sus productos y fomentar una reposición forzosa, maniobra que se acepta como el inicio de esta práctica industrial. También relata otros casos como el agotamiento temprano de la batería de un conocido reproductor musical, cuyo fabricante perdió una demanda al respecto, o la labor de algunas personas como Mike Anane. Este periodista ghanés ha creado una base de datos con los residuos que llegan a su país en forma de “bienes de segunda mano” para burlar la legislación internacional al respecto.
2. Actuar: un buscador y un sello contra la obsolescencia
La ONG Amigos de la Tierra ha acuñado el concepto “alargasciencia” y le ha dado vida con un “directorio en el que recogemos establecimientos que reparan y recuperan objetos, compran y venden de segunda mano, alquilan o hacen trueques”, según describe su responsable de Recursos Naturales y Residuos. El mapa en el que se muestran los comercios es colaborativo, se nutre de sugerencias de usuarios, y estas aportaciones llegan día a día, lo que da idea de la salud de la iniciativa.
En una parte menos visible del proyecto descansa la labor de concienciación de esta organización, que ha recibido financiación de Triodos Bank. “Presionamos a la Administración para que obligue a la industria a fabricar productos más duraderos y prohíba la obsolescencia programada y, por otro lado, sensibilizamos a la ciudadanía para que prolongue la utilidad de sus productos en vez de caer en la trampa de tirar y comprar innecesariamente”. La ONG habla también de la obsolescencia percibida, que es aquella en que una campaña de marketing induce al consumidor a cambiar de producto tras haberse quedado el suyo supuestamente desfasado.
Por su lado, la fundación Feniss (Fundación Energía para la Innovación Sostenible Sin Obsolescencia Programada) ha creado el sello ISSOP para empresas y organizaciones. Se trata de una certificación gratuita que distingue a aquellas entidades que “priorizan la compra de productos y la contratación de servicios respetuosos con el medio ambiente, fabricados sin obsolescencia programada, y si es fabricante de algún producto, lo hacen sin obsolescencia programada, utilizando preferiblemente producto local y el comercio justo”, como reza el primer punto de su decálogo. La forma más obvia de actuar contra este fenómeno es adquirir productos “sin fecha de caducidad” y esta certificación hace más fácil la búsqueda.
Un teléfono móvil, el Fairphone, es seguramente una de las caras más visibles de este movimiento antiobsolescente. El dispositivo se ha diseñado y producido modularmente, es decir, se puede reparar y actualizar de manera sencilla sustituyendo solo las piezas necesarias que, además, se consiguen individualmente en la página del fabricante. Además, en todos los pasos de su elaboración se siguen criterios de comercio justo, como hace la marca, incluido el de obtención de materias primas como el tungsteno, material que provoca conflictos armados en África.
La menguante autonomía de las baterías de estos y otros tipos de dispositivos se ha convertido en la base de la actividad de Hermanos Vallejo, empresa que también ha obtenido apoyo financiero de Triodos Bank. “El 80% de las baterías falla de forma prematura debido a la sulfatación. Esto reduce paulatinamente la capacidad de carga de la batería y por último impide su recarga por completo”, indican los responsables. A través de un proceso eléctrico y electrónico, estos hermanos de Utrera (Sevilla) devuelven a las baterías hasta el 95% de su capacidad original.
3. Soluciones creativas
Varias organizaciones han desarrollado proyectos para proponer soluciones innovadoras y tratar de transformar esta realidad.
La Fundació Deixalles, implantada en Baleares, es una de ellas. En su actividad se refleja un doble sentido social y medioambiental. “Recogemos aparatos electrónicos que funcionen o que necesiten una reparación, en cuyo caso la realizan personas en proceso de reinserción laboral. A continuación ponemos en el mercado objetos de necesidad básica a un precio modesto”, explica Xesca Martí, la directora general de la entidad. En cuanto al cuidado del medio ambiente, se incluye tanto la reutilización como la correcta gestión de residuos.
Los programas que dependen de Deixalles son además un claro ejemplo de economía solidaria. No solo revierten de forma positiva en la sociedad y en el planeta sino que además presentan un alto nivel de autofinanciación. “El 75% de nuestro presupuesto lo cubrimos gracias a lo que genera nuestra propia actividad. Solo el 25% restante proviene de subvenciones de las diferentes administraciones”, aclara Martí, quien pide a estas mismas administraciones que “materialicen en planes la nueva legislación que viene a potenciar el la reutilización de residuos”.
Esta organización trabaja con banca ética “por convicción”. “Cualquier acción tiene sus consecuencias, y tenemos que ser responsables en todas nuestras decisiones”, resalta Martí, que finaliza: “Es posible hacer otra economía, pero para eso es necesaria una banca diferente”.
El reciclaje también se cruza con la utilidad social en el proyecto de SocialREC. Juan Máñez, su impulsor, buscó la manera de extraer valor de los aparatos eléctricos que se dejan de usar para reintegrarlo en la sociedad y en el planeta.
De su conclusión nació una iniciativa que repara o valoriza los dispositivos o aparatos que previamente ha recogido a domicilio, si es necesario. En el caso de ser reparado, el producto se vende a bajo precio. Si su nueva puesta en funcionamiento es imposible, se transforman sus componentes para darles una segunda vida. Y en el medio del proceso, SocialREC trabaja por el fomento del empleo en colectivos vulnerables o en riesgo de exclusión junto a asociaciones como El Cerezo o Nueva Opción.
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