Hay más atascos que nunca. En las horas punta del tráfico hay mucho tiempo para mirar a nuestro alrededor. Lo que me sorprende es que la composición de los atascos ha cambiado: muchos más coches eléctricos, pero sobre todo muchos más coches grandes. Esto encaja por completo con la tendencia SUV. Casi la mitad de los coches eléctricos vendidos en el mundo el año pasado pertenecen a esa clase.
Esta situación ejemplifica un efecto rebote clásico, donde una economía reacciona de manera diferentea lo esperado a una eficiencia mayor o a avances tecnológicos. A pesar de la eficiencia creciente de los automóviles, incluidos los motores de gasolina, que consumen menos combustible que antes, las emisiones no se reducen proporcionalmente. Por el contrario, algunas de las ganancias en eficiencia se redirigen hacia la producción de automóviles más grandes y pesados. Esto es válido incluso para los SUV eléctricos, más grandes, con baterías más grandes y más consumo de materias primas. De forma sorprendente, un coche pequeño de gasolina tiene una huella de carbono menor que un SUV eléctrico grande si se evalúa toda su vida útil.
Los efectos rebote no son un fenómeno nuevo. A menudo se hace referencia en este contexto a la paradoja de Jevons, por el economista y filósofo Stanley Jevons, que en 1865 observó que la mayor eficiencia de las máquinas de vapor no conducía a una reducción del consumo de carbón, sino a un aumento. A medida que disminuyó el coste del carbón, se volvió más viable económicamente aumentar la producción con energía a partir de vapor.
Todavía vemos esos efectos de rebote en la energía. Además, y de manera cada vez más marcada, se producen innovaciones orientadas a la sostenibilidad con esta deficiencia. ¿Qué pasa, por ejemplo, con la bicicleta eléctrica? Una vez concebida en parte para reducir el kilometraje que se realiza en automóvil (lo que ocurre en el caso de algunas personas), se ha convertido sobre todo en un sustituto de la bicicleta ordinaria o incluso en un bonito dispositivo a incorporarle. Eso es un aumento del consumo de materiales en lugar de una ventaja en sostenibilidad.
En esa búsqueda, todo esfuerzo por hacer que las cadenas de productos básicos sean más respetuosas con el medioambiente parece toparse con el obstáculo enorme del rebote en nuestro camino hacia una economía circular, como destaca Circle Economy en su evaluación anual de la circularidad global. El quid de la cuestión es sencillo: cuando se lanza un producto más asequible, los/as consumidores/as tendemos a gastar el dinero ahorrado en bienes adicionales. De manera parecida, las empresas que adoptan líneas de productos circulares a menudo lo hacen sobre todo para expandir su mercado e impulsar las ventas. Priorizan los beneficios sobre las preocupaciones ambientales. Por desgracia, en muchas ocasiones, de esos esfuerzos resulta un consumo de recursos mayor, en lugar de menor.
Las causas subyacentes de esos efectos rebote no son difíciles de discernir: es el mercado. A medida que un producto se vuelve más eficiente y, en consecuencia, más barato, también es más atractivo. Las innovaciones que cautivan la imaginación de las personas, como las bicicletas eléctricas, experimentan un aumento meteórico en las ventas. Además, a menudo, cuando invierten en innovación, los/as productores/as se dejan llevar por el atractivo de aumentar las ganancias a través del incremento de las ventas.
Al contemplar estas cuestiones mientras estoy atrapado en el tráfico, me sorprende una conclusión: la innovación por sí sola no es la panacea para nuestro problema de sostenibilidad. Los mercados, impulsados por la búsqueda de ganancias, generarán eficiencia a costa de un mayor consumo de recursos. Incluso si logramos producir bienes de manera más eficiente, la insaciable demanda de novedad y crecimiento económico conducirá a una escalada neta en el uso de recursos.
Por lo tanto, si de verdad pretendemos reducir el consumo de recursos, debemos establecer de forma urgente límites firmes. Tenemos que desafiar la narrativa predominante de que el crecimiento interminable y los mercados impulsados por las ganancias encierran la solución. Es necesario un cambio radical para liberarnos del ciclo implacable de los efectos rebote y redirigir nuestros esfuerzos colectivos hacia un futuro verdaderamente sostenible. Sólo entonces podremos esperar la posibilidad de crear un mundo donde los sistemas económicos estén en armonía con los recursos finitos de nuestro planeta.
Esta es una traducción de una columna de Hans Stegeman publicada en Het Financieele Dagblad.
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