“Como estudiantes de Harvard, nos matriculamos en el curso ‘Economía 10’ con la esperanza de obtener unos conocimientos amplios sobre la teoría económica que nos sirviesen para potenciar nuestras propias ideas (…) nos encontramos con un curso que expone una visión específica y limitada de la economía que, en nuestra opinión, favorece la desigualdad en nuestra sociedad. (…) Si se fracasa en la labor de dotar a los estudiantes con unos conocimientos amplios y críticos, es probable que sus acciones dañen el sistema financiero mundial. Los últimos 5 años de tumultos económicos son prueba de ello”.
Son las palabras de futuros economistas. Seguramente algunos de ellos ya lo sean ahora, porque las escribieron en el año 2011. Forman parte de un manifiesto dirigido al profesor de Harvard Greg Mankiw, que casualmente en aquel momento también era asesor económico del presidente de los Estados Unidos, George W. Bush.
Veo cómo, quizás inspirados por ese conato de rebelión intelectual, en 2014, 65 grupos de estudiantes de 30 países del mundo han dado un paso más, por lo menos formalmente.
Han fundado la Iniciativa Estudiantil Internacional por el Pluralismo en Economía, que sostiene que “no es solo la economía mundial la que está en crisis. El aprendizaje de la Economía también está en crisis, y esa crisis tiene consecuencias más allá de las paredes de la universidad”. Y, como remedio, piden una enseñanza de la Economía más abierta, diversa y apegada a la realidad social.
No escribo estas líneas para sumarme públicamente a manifiestos, o dejar de hacerlo, porque ese no es mi papel. Sí que lo hago para explicar por qué me parece tan importante esta chispa de inconformismo entre los estudiantes de Economía. Por qué razón me gustaría que ocurriese entre los estudiantes en general.
Igual que estos jóvenes que piden una educación económica alejada de dogmas, pienso que uno de los ideales clave para todo ser humano debería ser esforzarse en la búsqueda de la verdad. Porque si no buscamos y encontramos nuestra verdad, nunca podremos elegir libremente. No habrá alternativas, no podremos construir nada distinto a lo que ya funciona, acabaremos eligiendo y actuando siempre alentados por miedos y por condicionamientos del sistema.
Hemos vivido sujetos a algunas mentiras. La peor, seguramente, la idea de que el hombre es solo un animal, en el sentido de un ser salvaje y competitivo. Nos lo hemos creído y, en lugar de comportamos como seres humanos libres, en muchos casos lo hemos hecho como animales asustados que luchan entre sí para sobrevivir. Hemos construido una economía en la que, en lugar de pensar ¿qué le puedo ofrecer al otro? o ¿qué podemos hacer juntos?, nos hemos preguntado ¿qué le puedo sacar al otro? o ¿si no me aprovecho de él, será él quien lo haga; mejor yo primero.
Ante los miedos, las ganas de aprender cosas nuevas y ser libres nos hacen más fuertes. Tenemos que “potenciar nuestras propias ideas”, como decían los estudiantes de Harvard, y para ello hace falta ponerlas a prueba con muchas otras, diferentes e incluso contradictorias, y descartar las nuestras si es necesario. Pero también creo que hace falta algo más.
Toca poner en práctica estas ideas propias, que alteran la inercia social y nos permiten ser y estar en el mundo. Me gusta el significado de la palabra educar; procede del latín “ex duccere”, o “conducir fuera aquello que tienes dentro”.
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